—Doctor, le cuento mi historia: Tengo treinta y nueve años, ¡pero me siento de cincuenta! En los últimos diez años he engordado diez kilos. Me duele el cuello y la espalda, no tengo mucha energía, no duermo bien y me siento hinchada después de comer. También me dan dolores de cabeza por la tarde y durante la menstruación.
«Por si fuera poco—, continuó diciendo, —mi vida sexual con mi marido no es satisfactoria y me canso en el trabajo. Uno de mis hijos ha engordado y no le va bien en la escuela. Estoy perdiendo la esperanza y me siento muy frustrada.
Moviéndose inquieta en su silla, trataba de descifrar la expresión de este nuevo doctor. Sus ojos le decían que el había escuchado esto en demasiadas ocasiones y transmitían preocupación.
—Y, antes de que me lo pregunte —continuó ella—, he seguido una innumerable serie de dietas a través de los años. En realidad, nada me ha funcionado. He tomado muchas pastillas que me han recetado, muchas han sido suplementos naturales y todavía no veo ninguno de los cambios que realmente necesito. Ya he visitado a suficientes doctores; parece que no hay solución y no puedo superar ninguno de mis problemas de salud de manera satisfactoria.
Ella bajó la mirada hacia sus manos y añadió:
—Más que nada, quiero saber qué me pasa. Rosa había ido a ver a este doctor entre escéptica y esperanzada, más bien lo primero. Pero había oído algo acerca de él que le animaba a darse otra oportunidad.
—Bueno, Rosa —el doctor Arrondo hizo una pausa y luego respondió con consideración—, me parece que su jardín no va tan bien, ¿verdad?
—¿Mi jardín? No estoy hablando de mi jardín, doctor. ¡Me refiero a mi salud! —Ella se preguntó si, después de todo, esta sesión había sido una buena idea.
—Precisamente —respondió el doctor con tranquilidad—. Su salud y su cuerpo son como un jardín. Si lo piensa de esta manera, podrá entender el funcionamiento de su cuerpo más profundamente y podrá ayudarse a sí misma y a otras personas.
Rosa miró un pequeño jardín a través de la ventana del consultorio y dijo:— ¿Qué tiene que ver un jardín con la manera en que me siento?
Sus ojos, acentuados por unas ojeras, reflejaban cansancio.
El doctor Arrondo la observó atentamente. Su apariencia era la de una mujer de edad mediana, cansada, con sobrepeso, que se enfrentaba a más problemas que soluciones previsibles. La frustración en su rostro correspondía, pensó él, a un patrón típico que veía a menudo en su clínica: hombres y mujeres que habían pasado años con una salud quebrantada y que no parecía tener remedio a primera vista.
—Rosa —habló él con un poco más de apremio, deseando asegurarse de que ella entendiera claramente lo que estaba por decirle—, si empieza a verse de manera diferente, si empieza a ver su salud de manera diferente, podrá realizar los cambios que desembocarán en una vida más saludable. Le daré las herramientas que la ayudarán a alcanzar una mejor salud y resultados diferentes. Eso es lo que quiere, ¿verdad? ¿Resultados diferentes?
Ella continuó: —María me contó que ha estado durmiendo más profundamente, su digestión ha mejorado y ha bajado dos tallas desde que lo vio por primera vez. Eso sin pasar hambre y con más energía, que me sorprendió. Así que eso me ha dado alguna esperanza, aunque una parte de mí se pregunta si después de tantos fracasos… —hizo una breve pausa y, con voz entrecortada, concluyó— Ese podría ser mi caso también.
—Doctor —dijo Rosa—, la última vez que nos vimos mencionó que iba a hablarme acerca de la relación entre mi tiroides y el sobrepeso que tengo; pero, ¿dónde está mi tiroides?
—La glándula tiroides se ubica en el centro de su cuello —le respondió el doctor, envolviéndose la garganta con las manos, justo por debajo de su manzana de Adán—. ¿Recuerda que le dije que el funcionamiento del cerebro puede verse afectado por problemas en la tiroides?
—Sí, lo recuerdo bien —dijo ella—, también mencionó que los resultados de las pruebas de laboratorio no siempre muestran la existencia de problemas en la tiroides, aunque se presenten síntomas. Dijo que uno de esos problemas es la subida de peso, lo cual me incumbe, obviamente, pero que hay otros síntomas que podrían ser igualmente malos.
—Por eso es tan importante. Una disfunción tiroidea también puede causar mala digestión, pérdida de pelo, somnolencia, uñas débiles, estreñimiento, pérdida de memoria, depresión y otros síntomas. Basta con que la tiroides esté debilitada para que los niveles de cortisol aumenten, lo cual a su vez puede hacer que el estrógeno aumente, provocando una subida de peso e inflamación.1
«Y esas son solo unas cuantas dolencias, Rosa. Los niveles anormales de hormona tiroidea también pueden afectar la absorción de calcio, lo cual puede hacer que los niveles de osteoporosis aumenten, lo cual puede provocar una mayor incidencia de fracturas óseas. También pueden reducir el nivel de las hormonas del crecimiento que su cuerpo necesita.2
—¡Ahora entiendo por qué es tan importante!
—Y hay más —dijo el doctor entrando en mayor detalle—. La tiroides también ayuda a controlar el ritmo del metabolismo; es decir, la cantidad de energía que el cuerpo utiliza. Usted sabe que es importante en lo que al peso se refiere. Niveles bajos de hormona tiroidea, aún niveles que se consideran normales, como le mencioné, pueden a menudo causar un aumento de peso, diabetes y presión sanguínea alta.3
«Hablando de diabetes, los diabéticos tienen que tener mucho cuidado con los exámenes de osteoporosis. Pueden mostrar resultados normales, pero dado a el impacto negativo de la diabetes sobre la calidad de la microarquitectura de sus huesos, son más propensos a tener fracturas.4
—Bueno, de acuerdo, ahora sé por qué escogió la tiroides como ejemplo. Creo que la mayoría de nosotros, especialmente las mujeres, tenemos este tipo de problemas.
—Ciertamente, y este es el corazón de lo que le he estado hablando, esta interconectividad, toda esta relación de la salud del cuerpo como un todo.
…«Estoy trabajando con el doctor Arrondo en un plan alimenticio y tomando suplementos con base en lo que encuentre en los exámenes y pruebas de laboratorio. Él determinó el plan alimenticio que probablemente era el mejor para mi tipo de cuerpo.1,2
—Me gusta esa idea —dijo Rosa—. No tiene uno que adivinar tanto para decidir qué comprar en el supermercado.
—Me dijo que su plan alimenticio y los suplementos basados en alimentos son apoyos nutricionales diseñados para ayudarle al cuerpo a funcionar mejor, —dijo María—. También me dijo que no debería dejar de tratarme con mis otros doctores en caso de necesitarlo.
—La última vez que vi al doctor Arrondo fue hace dos semanas —dijo Rosa—. Estoy siguiendo sus recomendaciones y empezando a sentir los cambios. No quiero hablar demasiado de ello, pues temo echarlo a perder todo, pero estoy sintiendo que mejora mi salud. Rosa dijo esto con una mirada de alivio.
—Me alegra oírlo, Rosa, y es agradable saber que estarás alimentándote bien durante el fin de semana festivo. ¡Así no te sentirás tan mal cuando te mires en el espejo!
—¿Espejo? Es gracioso que lo menciones —dijo Rosa, y luego la miró inquisitivamente—. Espera, ¿también a ti te habló de un espejo?
—¡Sí! —Exclamó María—. Es tan gracioso. Probablemente por eso lo mencioné, lo he recordado.
—Dime, no quiero esperar más —dijo Rosa con impaciencia—. ¿Por qué mencionó los espejos cuando yo le hablé de la manera de bajar de peso?
—¿Por qué no le preguntas?
—¿Otra vez lo mismo? Porque tú eres mi hermana y porque el mes pasado me rogaste que te contara todo acerca de Olga y su marido. Así que ahora te toca a ti —dijo Rosa y sonrió—. Además, tú siempre dices que las hermanas no deben guardarse secretos. ¡Es la segunda vez que me haces lo mismo! Así que dime —añadió—, ¿de qué se trata esto del espejo?
—Bueno, —empezó María—, tal y como él me lo explicó, el sobrepeso es a menudo un reflejo de procesos internos del cuerpo que no están funcionando normalmente.
—Sí, esa parte la entiendo. Pero, ¿y los espejos?
—Ahí es adonde entra la metáfora del espejo —dijo María—. Notó la acostumbrada impaciencia de su hermana y decidió que en esta ocasión no la haría esperar. Si quieres cambiar una imagen que no te gusta mirar en el espejo, ¿tendría sentido cambiar el espejo?
—Pues, no; el espejo es solo un reflejo de lo que esté frente a él. ¿Qué sentido tiene?
—El doctor Arrondo dijo que es lo mismo que el sobrepeso, —explicó María—. El sobrepeso, la forma de tu cuerpo, es realmente un reflejo de lo que está sucediendo en tu interior.
—Para que cambie el reflejo en el espejo, la imagen, es mejor empezar a cambiar los procesos internos dentro de tu cuerpo que han dado forma a lo que tu espejo refleja —continuó ella.
—Espera, ¿lo que estás diciendo es que no debemos bajar de peso? —respondió Rosa, algo confundida.
—No, lo que el doctor está diciendo es que primero deberíamos ver las funciones corporales que necesitan ayuda, pues son la causa raíz, y el sobrepeso es normalmente solo una expresión, una consecuencia.
—Es cierto —dijo Rosa y asintió con la cabeza—. Recuerdo que mencionó eso. Realmente tiene sentido y lo voy entendiendo.
María prosiguió.
—Se trata de enfocar los procesos y funciones que no están funcionando bien en nuestro cuerpo, y de saber cuáles de estos procesos contribuyen al aumento de peso; supongo que los hábitos forman parte de eso.
—¿Así que últimamente han estado hablando de eso? —preguntó Rosa.
—Sí, y me está funcionando. Lo gracioso no es tanto que haya estado bajando mucho de peso. Recuerda que te dije que lo noto más en la medida de mi cintura y cuando la gente me dice que mi rostro y cuerpo se ven más delgados.
—Espera, yo pensé que sí adelgazabas, esto significa que estás bajando mucho de peso —dijo Rosa confundida.
—No necesariamente, según el doctor Arrondo. Dijo que muchas de las personas que se meten a esos programas intensivos para bajar de peso terminan perdiendo mucha masa muscular, que pesa más que la grasa.
—¿De veras? —dijo Rosa—. Nunca pensé que fuera así. Sólo quería que desaparecieran algunos kilos, sin considerar de dónde saldrían.